‘La lucha por la vida’ de Pío Baroja
El montaje de ‘La lucha por la vida’ tiene visos brechtianos porque están contenidos en Baroja.
Es un adelantado. Una mezcla de estilos no naturalistas (vodevilescos, zarzueleros, melodramáticos, esperpénticos) sirven de presentación para analizar con la distancia suficiente a los personajes y sus peripecias. Ritmo cinematográfico para una narración teatral nada maniquea, que no nos deja empatizar con el héroe, porque el héroe no es ejemplar ni dueño de su destino, y tiene que tomar decisiones que no siempre son las políticamente correctas. El espectador se coloca en el brete de observar activamente a los personajes.
Tres novelas río para un espectáculo río, habitado por multitud de seres en un trepidante juego de actores, casi fregolismo. Diez intérpretes para casi cien personajes. En la trilogía se quedan no menos que otros tantos para quien quiera conocerlos. No nos cabían en el escenario.
En la novela barojiana caben muchas capas: “la novela, hoy por hoy, es un género multiforme, proteico, es formación, en fermentación; lo abarca todo: el libro filosófico, el libro psicológico, la aventura, la utopía, lo épico; todo absolutamente”.
El teatro contemporáneo, un siglo después, se construye con estos mimbres. Vamos allá. “Una de las funciones del teatro desde que el mundo es mundo (Baroja/Brecht) es la de divertir”. Es pues, este espectáculo, un juego barojiano, multiforme, de una compleja sencillez, que se nos enfrenta desde el escenario. Que se diviertan.
Ramón Barea