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Hay algo en Tito Ramírez que atrapa. Que hace querer descubrir la mirada musical que se esconde detrás de su antifaz. De sus grandes gafas de sol. De su voz oscura pero envolvente. Sobre un escenario, acompañado de su banda, puede ser un volcán y puede ser El Prince. Lo que nunca deja de ser es rythm & blues, rock & roll, soul, mambo, boogaloo e incluso cha cha cha. Música en la que los sonidos afroamericanos no tienen problema en abrir sus pentagramas a los latinos e, incluso, a los asiáticos. Es un alma tan sicodélica que tan pronto clama Yadda Haddabadoo como baila un mambo con el mismo diablo.

Tito Ramírez es perverso en su música. Maléfico y embrujante. Culpable de apoderarse de estilos, épocas y todo tipo de temáticas. Culpable de subirse a últimos trenes y de actuar en festivales como Eat my Soul (Alicante), Black is Black (Madrid), Slap! (Zaragoza), Euroyeye (Gijon), Gambeat (Barcelona), Phantom Fest (Madrid), Festivalle Tobalina (Burgos) o Purple Weekend (Leon). Culpable de subirse a escenarios como el de la londinense Le Beat Bespoke o de compartir cartel con momias y otros objetos preciosos.